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La candidata del partido extremista "Ressemblement National", Marine Le Pen, no ha ganado las elecciones presidenciales de Francia en 2022, pero obtuvo 42% de votos contra el 58% de Emmanuel Macron, reelecto presidente. Ni tampoco lo ha logrado Erick Zemmur, líder de "Reconquista", quien no ha pasado ni siquiera a la segunda ronda. Sin embargo, durante meses, sus discursos políticos no solo estuvieron presentes en todos los caminos y escenarios de debate, sino que dividieron aun más una sociedad francesa que no encuentra su rumbo y que observa cómo estos candidatos, sobre todo Le Pen, se acercan al poder con discursos minados de conceptos de intolerancia y odio hacia sectores como los inmigrantes, los musulmanes y que encuentran en millones de ciudadanos sus más fieles seguidores. Y esta realidad no es un capital exclusivo de Francia, pues en otros países europeos la situación es muy similar.
Actualmente no podríamos hablar de una ultraderecha u otros sectores extremistas “tipo”, de características únicas e inequívocas, sino que hay múltiples matices que las caracterizan, aunque con variables comunes. Hay partidos que refuerzan valores nacionalistas, con un fuerte trabajo desde lo simbólico, hay quienes tienen un discurso contrario a la inmigración y hostigan permanentemente a quienes vienen de otras fronteras considerándolos la causa de todos los males, otros que insultan a las minorías, etc. Pero más allá del perfil particular que adopte uno u otro grupo, hay patrones que se repiten como la exaltación de la identidad nacional en detrimento de cualquier aspiración de “apertura” hacia otros países y, sobre todo, puertas cerradas para la inmigración; discurso contra las minorías sexuales y religiosas, la gente de color y mucha intolerancia.
Sufrimos una exaltación de posiciones extremas, de estrategias de división y polarización de la sociedad que cultivan el odio y la confrontación y atacan un clima de pacífica convivencia, dificultando los avances sociales y los consensos legislativos.
Como afirma Odón Elorza*, "no podemos olvidar que en la vida institucional hay fuerzas políticas cuyas intervenciones parlamentarias, campañas electorales y declaraciones diarias a los medios están enfocadas a una confrontación sistemática y destructiva del adversario político".
Y esa estrategia, con la ayuda de voceros mediáticos y de las redes sociales, alimentan el discurso de odio en la calle y la polarización extrema de la sociedad.
A este respecto, el rol en tanto sociedad es contrarrestar estos embates extremistas con propuestas y mecanismos reales de compromiso cívico que vehiculicen los valores democráticos, que apunten a un fortalecimiento de las instituciones que conforman la sociedad y que tengan siempre a la persona como centro de valor indiscutido y a sus derechos como pilares. Pero también hay una necesidad imperiosa de construir un frente político comprometido, que tome decisiones que apunten a sostener esos valores democráticos, que fortalezca los caminos jurídicos para contener los delitos y las embestidas de los candidatos que banalizan el odio y la intolerancia.
Es una realidad creciente y cambiante, que está adquiriendo nuevas vías de difusión a través de las nuevas tecnologías en general.
La Comisión Europea contra el racismo y la intolerancia**, aporta esta noción y definición de discurso de odio, a mi juicio muy completa: "el uso de una o más formas de expresión específicas -por ejemplo la defensa, promoción o instigación del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupos de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos o estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones- basada en una lista no exhaustiva de características personales o estados que incluyen la raza, color, idioma, religión o creencias, nacionalidad u origen nacional e étnico al igual que la ascendencia, edad, discapacidad, sexo, género, identidad de género y orientación sexual".
¿Y el populismo?
Es una ideología delgada que considera que la sociedad se divide en dos grupos homogéneos y antagónicos, «la gente pura» y la élite corrupta; y que argumenta que la política debería ser una expresión de la voluntad general de la gente***. Esto muestra la tendencia a adaptarse a la izquierda y a la derecha, a adherirse a ideologías gruesas (liberalismo, socialismo, etc.), y también a confrontar «la gente corriente» y «el poder establecido». Se trata de un término que engloba tanto a los partidos tradicionales como a las élites culturales, económicas y mediáticas. Sin embargo, en la práctica, la voluntad de la gente también puede verse enfrentada a los «enemigos del pueblo» externos. Por ejemplo, cuando se habla de la migración, de los refugiados, los populistas europeos responden con una defensa del «sentido común» de la gente (del país) contra un grupo de fuera demonizado, a saber, los inmigrantes.
Discurso "adaptado"
Adolf Hitler "modelaba" ciertas veces sus discursos o el contenido de su prograpaganda para adaptarlo a exigencias particulares, como por ejemplo, captar adeptos de otras esferas sociales naturalmente alejados de su posición. Y contra estas estrategias también deben prepararse las democracias modernas. Por ejemplo, en los últimos meses Marinne Le Pen había "suavizado" su discurso, sobre todo en lo referente a la Unión Europea, se la veía más sonriente, disponible, menos agresiva y más cauta a la hora de responder a los medios o inclusive hablar con la gente. Pero, tal como afirma Cécile Alduy, profesora de la Universidad de Stanford, "lo cierto es que su programa apenas ha cambiado respecto a los fundamentos del FN, como la inmigración y la identidad nacional". Y al menos por el momento, no logró llegar al poder, lo que ha sido visto como un respiro por la Unión Europea y el bloque regional .
Si bien Le Pen se "retractó" de sus ideas iniciales de buscar la salida de Francia de la UE, existía el temor de que sus políticas afectaran la unidad de la Región, afectada en los últimos años por acontecimientos importantes como la salida de Reino Unido, la elección en 2016 de Donald Trump y el ascenso de una nueva generación de líderes nacionalistas. La idea de "mantener a raya" a la extrema derecha no facilitará la vida política del reelecto presidente pero le aportará oxígeno a nivel europeo y un margen de maniobra más amplio.
Elorza afirma también que "estas prácticas y discursos populistas, autoritarios, ultra nacionalistas, ni son gratuitos ni pasan desapercibidos a la comunidad. Al contrario, se proyectan hacia la sociedad, degradan los valores democráticos, extienden la intolerancia y el miedo, atacan el pluralismo y la diversidad y van calando peligrosamente de manera continuada en sectores de la ciudadanía. Hasta que un día la situación estalle –ejemplos hay sobrados en la historia reciente– y sus consecuencias puedan ser demoledoras para el sistema de convivencia democrática; esto es, para la cohesión e integración de una sociedad plural y diversa que busca desesperadamente una vida digna y próspera."