El final de la Primera Guerra Mundial en 1918 dejaba, tras la derrota de Alemania, destrucción y miseria. El Tratado de Versalles (1919), que fue recibido por la nación alemana como una humillación, la obligaba a aceptar la responsabilidad absoluta de la guerra, a entregar territorio y a pagar deudas millonarias como reparación. Poco a poco, el país se hundía en una crisis política y económica sin precedentes.
Con la urgencia de resurgir de esta situación, se instaura la República de Weimar en 1919, que fue en realidad un sistema democrático que iba a durar hasta 1933 y fue liderada por numerosos gobiernos, aunque sin poder contener el desempleo ni la pobreza, dos de los principales dramas por los que atravesaba la sociedad. Esta continuidad de la crisis provocó una inevitable recesión política y social pues las bases de confianza en el gobierno se desmoronaron y más de seis millones de alemanes se encontraban sin trabajo.
Así, surgieron diversos movimientos políticos de extrema derecha, pero uno en particular iba a marcar la historia para siempre: el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, conocido como el Partido Nazi, el cual iba a modificar su rumbo ideológico y convertirse en partido de extrema derecha bajo el mando de Adolf Hitler.
Ya en 1932, el Partido Nazi tenía 800 mil miembros y era el de mayor presencia en el Parlamento. Las dificultades económicas fueron el factor crucial en la unificación ideológica: pues tras las elecciones de 1932, el número de desempleados se redujo drásticamente*.
Para llegar hasta allí, Hitler había trabajado sobre varios frentes al mismo tiempo: discurso y propaganda; creación de una fuerza paramilitar conocida como la SA (Sturmabteilung), una retórica fuerte e implacable y alianzas con grupos obreros, burgueses y sindicalistas. Las clases medias urbanas y campesinos estaban empobrecidos y atemorizados con los comunistas, añoraban un "líder fuerte", que diera seguridad. Y Hitler, tal como explica Florencio Jiménez Burillo en
El Holocausto nazi, proclamaba que el suyo no era un partido como el resto, sino un "movimiento" incontenible que traería de nuevo el bienestar y restauraría la grandeza alemana. Así, obtendrá el cargo de Canciller del entonces presidente Paul Von Hindenburg y duraría de enero de 1933 y hasta su muerte en 1945**.
Hitler aprovechó rápidamente la oportunidad de pasar la Ley de Autorización que le facultaba tomar decisiones por encima del congreso y que posteriormente le autorizó a implementar acciones totalitarias. Y así, el 2 de agosto de 1934, tras la muerte de Hindenburg, el oficio de presidente fue abolido y Adolf Hitler se transformó en el único poder de Alemania.
A partir de ahí los nazis ocuparon todas las instituciones y llevaron a cabo una purga generalizada de judíos y elementos demócratas al interior de las instituciones públicas. El camino del terror ya había comenzado.
De este modo, la democracia llegaba a su fin y comenzaba uno de los períodos más sombríos en la historia de Alemania y de la humanidad.
*Museo Memoria y Tolerancia, ciudad de México. Explicación: "Bajo el sello de un serio conflicto de intereses, la campaña electoral del Partido Nazi estuvo plagada de menciones que oponían al grueso de la población a los movimientos comunistas, culpándolos del desempleo generalizado, asegurando que la igualdad entre clases únicamente facilitaba que quienes no trabajaban gozaran de los mismos privilegios que todos, gracias a un Estado debilitado por una constitución que parecía defender al resto de Europa y no a Alemania.
**Museo Memoria y Tolerancia, ciudad de México. Explicación: Entre las primeras acciones de Hitler como canciller destaca el decreto de febrero 27, que brindaba la oportunidad al gobierno de mantener emergencia de poderes.
Básicamente, se suspendían todos los derechos de la ciudadanía durante toda la emergencia. Los nazis podían arrestar o encarcelar a cualquiera, pues la Constitución de Weimar no volvería a ser práctica y las leyes se definirían hasta cuatro años después.